jueves, 23 de junio de 2016

Raúl Rivera Orta: ‘Xantolo, más allá de la muerte’

De los momentos difíciles y de crisis suelen surgir los grandes: hombres y mujeres que dejarán esos legados que después disfrutamos todos. México, además de balas y secuestros re-titulados en la Prensa, incuba una generación de jóvenes escritores independientes que darán mucho de lo que hablar. Jóvenes críticos, sensibles y comprometidos con sus realidades próximas. Con casi 28 años Raúl Rivera Orta es uno de ellos. Probablemente un referente. Y además, permitidme la licencia, escribe como los dioses. Su antología poética 'Sol-edades, el mundo de los locos' tiene Premio de Poesía Nacional en México. Es un placer escucharle recitar sus poemas. Mañana tendréis la oportunidad de comprobarlo en la vídeoLectura que realizará de tres de ellos en Libretería. Hoy, os dejo un pasaje de 'Xantolo, más allá de la muerte', su última novela: 


"Las madrugadas saben a sereno, dulce y fresco sereno paciente, saben a espíritus que salen de sus rincones metafísicos a cazar mariposas y luciérnagas brillantes con sus manos pálidas, llenas de arcilla y transparentes. Las madrugadas saben a tabaco y a café frío. En la soledad se saborea el sonido de las ranas y los sapos que nos incitan a bailar cerca del arroyo, pero lo mejor de todo es que la soledad sabe a entenderse a uno mismo, a entender que la vida es un retroceso hacia la muerte y la muerte es un anticipo hacia la inmortalidad…
La lluvia nunca había sido un consuelo para mí, pero debajo de ella aprendí a llorar sin pena, a sacar mis lamentos frescos como inviernos con tragos de aguardiente y huapanguera entre la sierra. Aprendí a volar con el petricor sempiterno, con la luz de la neblina, la hermosa huasteca y las estrellas.
Silencio…cansancio, soledad…todo es extraño, siento que me falta el aire y la lluvia me dejó empapado de trepidas nostalgias, un poco mareado y con frío. Siento mi cuerpo liviano como si no tuviera alma ni tampoco ganas de salir a descubrir en dónde estoy parado, en dónde estoy perdido. Más allá de lo que veo -que es casi nada-, creo que hay un caudal pasivo a unos cuantos metros de aquí y el aleteo de las mariposas húmedas y sin acéfalos que merodean casi rosando el agua, se puede escuchar nítidamente como un débil campaneo. Trato de escurrirme entre los árboles, estoy descalzo y la neblina facilita la ocasión para que mi vista sea obstaculizada por su manto blanco virginal entre la pringa y el ulular de los tecolotes me desorienta ya que cuando el tecolote canta, la vida no termina, espera. ¿Qué hora es? La luna brilla sobre la copa de los árboles, no hay estrellas pero acá abajo las luciérnagas hacen caminos escrupulosos con el resplandor natural de sus diminutos cuerpos invisibles, seres alados al fin de cuentas… lo más cercano que tengo a la divinidad". 

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